Document Type

Article

Publication Date

2005

Abstract

Cuando Andalucía votó el 28 de febrero de 1980 acceder a la autonomía usando el artículo 151 de la Constitución lo que hizo fue colocarse a la par de Cataluña, el País Vasco y Galicia que habían accedido a ésta a partir de lo dispuesto en la Disposición Transitoria Segunda de la Carta Magna. Es decir, de las dos filosofías territoriales que se encuentran en la Constitución Española de 1978, la igualitaria y liberal frente a la conservadora y diferencial, Andalucía apostó inequívocamente por la postura igualitaria. De hecho, Andalucía es la única Autonomía que accede al Estatuto a partir del artículo 151 (Garrido), lo que la constituye en un caso especial dentro del sistema constitucional español. La pregunta que nos tenemos que plantear en nuestro campo de las humanidades es cuál es el significado de este fenómeno dentro del ámbito cultural. Lo que parece claro es que los andaluces querían ser iguales y tan importantes como los catalanes, los gallegos o los vascos, dejar de ser ciudadanos de segunda categoría y convertirse en protagonistas de su propia historia como lo demuestra el hecho de convertirse en Comunidad Autónoma por el camino más difícil dentro de la Constitución. Esto implica una reevaluación de la identidad andaluza, ya que su idiosincrasia (por fenómenos muy complejos que comenzaron durante la Ilustración y que se consolidaron durante el Romanticismo) la había convertido en una colectividad diferente dentro del estado-nación que al mismo tiempo dado su exotismo representaba a España como entidad particular frente a una Europa civilizada. El Romanticismo español quería para España una definición a partir de su carácter romano, visigodo, medieval, castellano y cristiano [1]. En cambio, los románticos europeos, especialmente los franceses, preferían una España oriental, gitana y arabizante que se configurara como el otro y esta España la encontraron en Andalucía que tuvo que profundizar en su diferencia para cumplir con la expectativa que de ella se había formado (Torrecilla 2001). De ahí el carácter dual de la cultura andaluza, por un lado la trilogía de toros, flamenco y gitanos [2], y por el otro la búsqueda del centro de la cultura occidental. Federico García Lorca, Manuel de Falla, Juan Ramón Jiménez y Pablo Picasso son perfectos ejemplos de la fragmentación del artista andaluz. Este se encuentra ante el abismo de que si abandona el estereotipo pierde su identidad y si lo cultiva ahonda la diferencia.

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